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2001.- La guarida de los sueños

10/04/2018

Uno de los poetas ingleses más reconocidos del siglo XVIII, que destacó por sus traducciones de los textos de Homero y por su poesía satírica, en su guarida de los sueños popularizó esta bienaventuranza: “Bienaventurado el que nada espera, porque nunca sufrirá desengaños” —se llamaba Alexander Pope, nació en 1688 y murió en 1744—. También decía que un hombre nunca debe avergonzarse por reconocer que se equivocó, que es tanto como decir que hoy es más sabio de lo que fue ayer.

Cuando se escribe lo que escribe, la vida es la guarida de los sueños y las personas suelen ser conscientes de que antes de que lleguen al lector las palabras garabateadas, el contenido ha caducado. Cuando por ejemplo se escribe que ha habido veinte muertos y 300 heridos por el descarrilamiento de un tren, se sabe que los muertos están muertos, el ferrocarril susodicho anda camino de la chatarra desechable y aquí paz y después gloria.
"Ser o no ser es la cuestión" —To be or not to be is the question—, como en el monólogo de Hamlet que introduce la lucha que libra dentro de sí mismo entre la vida y la muerte.
En esas aventuras locas y maleables, Puigdemont sabe que su mayor enemigo es él mismo. Hay quien dice que es un bohemio, y yo no entiendo el porqué. No lleva un tipo de vida libre y poco organizada sino todo lo contrario. Es un esclavo de su egolatría de diseño. Lo mismo te plancha un huevo que te fríe una corbata y, si hay testigos no catalanistas, con cara de monaguillo bobalicón besa la bandera rojigualda y, mientras sueña que viaja en un camión frigorífico, acondicionado a su temperatura o algo así camino del trono de su ambición desbocada, esconde en el canalillo de su trasero el lazo amarillo que suele llevar en el trau de su jaqueta —en castellano, el ojal de su chaqueta.

O tal vez en el mismo carro de fuego que se llevó al profeta Elías camino de los cielos. O en la calabaza que el Hada Madrina transformó en carroza para que Cenicienta fuera al baile y al dar las doce campanadas la carroza volvió a transformarse en calabaza y fue aplastada por los caballos de la guardia real —una de las formas del cuento de La Cenicienta más conocidas en occidente es la del francés Charles Perraut, que escribió en 1697 una versión de la historia transmitida mediante tradición oral; "Cendrillon ou La petite pantoufle de verre" (“Cenicienta o El zapatito de cristal”).

Dicen que el amuleto de Puigdemont es una pata de conejo, y no precisamente porque Cayo Valerio Catulo, un poeta latino que nació y murió en Verona, la ciudad italiana donde muchos siglos después nacieron y murieron Romeo y Julieta, llamara a España la cuniculosa —“conejera”—, y propuso que ahí podría estar el origen de la palabra “España”.

No era el conejo el único animal que llamara la atención de nuestro país por su abundancia. Los griegos llamaron a la península ibérica Ophioússa, que significa “tierra de serpientes”, y en ambas acepciones anda ese Carallot, en castellano una persona que se deja manipular de forma muy fácil como en otra ocasión dije y hoy de nuevo reubico.
La culpa, del maestro armero. Cada día empieza un año, y cada año empieza en día diferente.

No siempre existió el mes de enero. Hasta que llegue septiembre, el séptimo mes en el calendario romano, en la España del desasosiego todo es tribulación. Luego, lo mismo, pero in crescendo —lo que avanza progresivamente de modo cada vez más rápido o más intenso. El lazo amarillo de los independentistas catalanes es una invitación al odio, pero como suele decirse, la culpa es del maestro armero, o sea, del revisor de las armas o de Fuenteovejuna, todos a una.

La forma menos comprometida de digerir este potaje es recordar alguna fábula, esa composición literaria breve en la que los personajes principales son animales o cosas inanimadas que presentan características humanas y, buscando un fabulista, me llegó una bella fábula, soberbia quimera, pienso que escrita por el mismísimo Esopo, un narrador de la Antigua Grecia que vivió seis siglos antes de Cristo. Así decía:
“En cierta ocasión, una zorra cayó en un profundo pozo, viéndose obligada a permanecer en su interior per saecula saeculorum. Por más que lo intentaba, no podía alcanzar el brocal. ¡Pobre animal prisionero del abismo, de mil maneras lo intentaba y no podía conseguir la libertad! “Tendré que buscar ayuda externa”, pensaba, “yo sola, imposible: necesito negociar con alguien”.
Al día siguiente, un chivo sediento llegó al mismo pozo y viendo en el fondo a la zorra le preguntó si el agua era buena: “¡Exquisita!, ¡excelente!, ¡suave!, ¡fresca!, ¡superior!” —contestaba la pícara, ocultando su verdadero problema, al tiempo que, con gestos inequívocos, se relamía glotonamente y se deshacía en elogios; sólo le faltaba anunciar las virtudes sanitarias del agua.



¿Qué animal sediento sería capaz de librarse del embrujo de un agua tan deliciosa?, se preguntaba y sin pensárselo dos veces, el chivo saltó al interior del pozo para llenar de milagros lisonjeros su lengua sedienta. Después de saciar la sed, el incauto chivo preguntó a la previsora zorra cómo harían para salir del agujero trampa, y los dos cayeron en la cuenta del verdadero peligro en que andaban metidos:
Hay un modo que sin duda representa y significa nuestra mutua salvación —dijo la astuta para intentar sobrevivir—
Si te parece, firmaremos este convenio de salvación mutua: Si apoyas tus patas delanteras contra la pared y levantas bien arriba tus cuernos, yo gatearé por tu cuerpo y, una vez fuera del peligro, tiraré de ti para que los dos nos salvemos”.

Lo correcto hubiera sido que la vulpeja hubiera dicho “zorrearé” en lugar de “gatearé”, pero los chivos sedientos no están en situación de detenerse en disquisiciones terminológicas. Y como el convenio regulador era digno de Nicolás de Maquiavelo que en paz descanse, el chivato bisoño se tragó el anzuelo sin dudar del resultado final de la aventura.

No tardaron en poner en práctica el convenio, y la taimada, trepando hábilmente por la espalda y los cuernos del compañero de infortunio, en un plis plas se vio libre del pozo. Y pasó lo que tenía que pasar: apenas la guachinanga se vio libre, si te he visto no me acuerdo. Como el convenio pactado no tenía reglamento regulador del proceso, la segunda cláusula quedó en agua de borrajas, que es como decir que el poderoso casi siempre obtiene su parte del pastel y el menesteroso no puede librarse de su fatal destino.

Cuando el chivo quiso reclamar contra la violación del compromiso, la zorra se limitó a contestar: “Oye, socio, si tuvieras tanta inteligencia como pelos en tu barba, no hubieras bajado al abismo sin pensar antes en cómo salir de él”. El fabulista añadió esta moraleja: “Antes de comprometerte en algo, debes pensar primero si podrías salir de aquello sin tomar en cuenta lo que te ofrezcan tus vecinos”.

El pasado es el pasado, la vida es la guarida de los sueños y las personas suelen tener añoranzas del futuro, una mercadería de morriña incoherente. Con Puchi “ad portas” —“en las puertas”, una frase latina que se solía decir ante los posibles avances de Aníbal sobre la ciudad de Roma; en sentido figurado, se dice que algo se encuentra ad portas cuando está muy próximo a acontecer o es inminente —a Carles Puigdemont Casamajó, familiarmente se le llama Puchi.
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(publicado en la revista CEA (CULTURA, ESPERANZA Y ALEGRÍA) en el Boletín nº 53 correspondiente a Primavera de 2018 de la Asociación de Profesores Universitarios Jubilados.

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