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1997.- El laberinto del general

07/03/2018

No me entretengo hoy con “El general en su laberinto”, la novela casi canonizada de Gabriel García Márquez —Gabo—, el Premio Nobel de Literatura del año 1982, sino con Puigdi, un señor de Gerona que se cree capitán general de medio mundo y acabará en prisión, será indultado y le enviarán al ostracismo, una ley ateniense que se estrenó en el año 487 antes de Cristo, año más años menos, como lucha contra la tiranía —o al revés: será investido en la distancia o cualquiera sabe.

El primer condenado al ostracismo fue el político Hiparco, más tarde Magacles V —Jantipo, el padre de Pericles— y, por sus enfrentamientos sociales a favor de los campesinos y en contra de las flotas marítimas en el año 482 antes de Cristo, Arístides El Justo.

El último condenado al ostracismo, que yo sepa fue un demagogo ateniense llamado Hipérbolo, un político activo durante la primera mitad de la guerra del Peloponeso que tuvo su importancia en su día, aunque fuera de humilde origen y, que según cuentan, militó en el partido de los demócratas radicales.

En la obra de Gabriel García Márquez, Jami, perdón, quise decir José Palacio —así se llamaba uno de los protagonistas: su servidor más antiguo— lo encontró flotando en las aguas depurativas de la bañera, desnudo y con los ojos abiertos, y creyó que se había ahogado. Sabía que ése era uno de sus muchos modos de meditar, pero el estado en que yacía a la deriva parecía de alguien que ya no era de este mundo.

Puigdi y Jami se entienden divinamente, en el laberinto parecen dos sombras de la misma lámpara. Los dos tienen “Ojos de perro azul”, como el título de uno de los cuentos de Gabo, y su ofuscación está centrada en las últimas palabras de ese libro: «Eres el único hombre que, al despertar, no recuerda nada de lo que ha soñado».

Un laberinto es un lugar formado por calles y recovecos. Como escribió Eduardo Galeano, un periodista y escritor uruguayo que nació en septiembre de 1940 y murió al llegar la primavera de 2015, “la civilización que confunde a los relojes con el tiempo, al crecimiento con el desarrollo y a los grandote con la grandeza también confunde a la naturaleza con el paisaje, mientras el mundo, un laberinto sin centro se dedica a romper su propio cielo”.

Si en el Renacimiento el ser humano se convirtió en el centro del laberinto, como reflejo de las enseñanzas humanistas antropocéntricas, el laberinto de Puigdi, Jami y los demás independentistas catalanes no se ha inventado para evitar el riesgo sino para intentar controlar los accidentes y aliviar sus consecuencias, sobre todo las económicas de ellos, de ellas y de los suyos y las suyas —portavoces, portavozas, comparsas o comparsos— aunque no sean las únicas personas que, al despertar, no recuerdan nada de lo que han soñado.

A pesar de que la Constitución Española vigente manifiesta que los símbolos del Estado español son la Bandera, el Escudo y el Himno Nacional, me viene en gana decir que Puigdi, Jami y especialmente Roger Torrent, el delirante presidente de la Cámara catalana, están intentando ajustar la letra de El Segadors al Himno Nacional de España.
“Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”, escribió no sé dónde el filósofo alemán Friedrich Nietzsche, e intentando atar los cabos sueltos anoto que la madrileña Marta Sánchez se ha inventado esta letra de futuro precario para el himno nacional español del futuro:
“Vuelvo a casa, a mi amada tierra, la que vio nacer un corazón aquí. Hoy te canto, para decirte cuanto orgullo hay en mí, por eso resistí. Crece mi amor cada vez que me voy, pero no olvides que sin ti no se vivir. Rojo, amarillo, colores que brillan en mi corazón y no pido perdón. Grande España, a Dios le doy las gracias por nacer aquí, honrarte hasta el fin. Como tu hija llevaré ese honor, llenar cada rincón con tus rayos de sol. Y si algún día no puedo volver, guárdame un sitio para descansar al fin."

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