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1996.- La conjura de los necios

06/03/2018

Había una vez un árbol gigante que harto de estar seco y no dar pájaros se suicidó. No pudo esperar al hombre que lo talara, ni esperar al viento que lanzara su última música de hojas moribundas.

Los sueños son objetivos sin alas, y confieso que el actual es el quinto título de este artículo —en principio fue “Truenos sin relámpagos”, luego, “El final del laberinto”, después, “El árbol suicida”, en seguida, “Las víboras de Aníbal” y, por fin, “La conjura de los necios”—. Aunque no siempre sea así, dicen que no hay quinto malo y al parecer, en el ambiente taurino el quinto toro es elegido por el ganadero, y por algo será.
Con ese título —“La conjura de los necios”— a porta gayola recibo a este morlaco en la salida del chiquero —mi admirado amigo Pablo Pastor lo explicaría mejor que nadie; aún le recuerdo contemplando una novillada desde uno de mis balcones de la plaza de Turégano acompañado de Lope Tablada Martín y, entre novillo y novillo saboreando unas copas de albariño do Ferreiro cepas bellas y un tomando un tentempié de chorizo de Cantimpalos y de camarones de la ría de Pontevedra.

“La Conjura de los Necios”, es el título de la novela de John Kennedy Tole, un novelista de Nueva Orleans, Luisiana, Estados Unidos que se suicidó en 1969 a los 31 años por no conseguir publicar su novela, y que en 1980 fue publicada póstumamente por su madre y ganó el Premio Pulitzer de literatura en 1981.

El árbol gigante que se suicidó harto de estar seco y no dar pájaros es como si la “La Coronación” del tránsfuga Puigdemont como presidente de la República Independiente de Cataluña en vez de como presidente de una Comunidad Autónoma española.

Al tiempo, el lector queda esperando que “el nudo se deshaga y la fruta madure”, como escribió Federico García Lorca, y como “en la leche de los sueños siempre cae una mosca”, según cuenta una greguería de Gómez de la Serna, traigo a mi columna de hoy la leyenda de las víboras de Aníbal, algo que tiene mucho que ver con la capacidad de dominar la información externa e interna incluido el significado del lazo amarillo de Puigi, Roger Torrent y sus adláteres —también de sus “adláteras”—: una invitación al odio contra la España que según ellos les acosa y tortura desde que el mundo es mundo y ellos sus arcángeles protectores —la primera referencia conocida al uso de escarapelas amarillas en Cataluña se remonta al año 1704, cuando el virrey de Cataluña Francisco Antonio de Velasco prohibió su uso partidista durante la Guerra de Sucesión, para evitar la publicidad del bando que las usaba "creando discordias entre las familias"; así lo explica un proverbio árabe: “¡Que nadie le diga lo que tiene que hacer a alguien que ya ha decidido cuál tiene que ser su destino!”

Con la leyenda de las víboras de Aníbal me estoy refiriendo al sistema utilizado por el cartaginés para vencer en una batalla naval a sus enemigos. Así lo cuenta en El Criterio —XVI, 5—Jaime Balmes, un filósofo, teólogo, apologista, sociólogo y tratadista político español que nació en Vich, un municipio español capital de la comarca de Osona, situado en la provincia de Barcelona en el año 1810 y que fue enterrado en 1848 en la catedral de San Pedro de esa localidad catalana:
“Está Aníbal a la víspera de un combate naval, da sus disposiciones, y entre tanto vuelven a bordo algunos soldados que llevan gran número de vasos de barro bien tapados, cuyo contenido conocen muy pocos. Comienza la refriega, los enemigos se ríen de que los marinos de Aníbal les arrojen aquellos vasos en vez de flechas; el barro se hace pedazos y el daño que causa es bien poco. Pasan algunos momentos, un marino siente una picadura atroz: al grito del lastimado sucede el de otro, todos vuelven la vista y notan con espanto que la nave está llena de víboras. Introdúcese el desorden, Aníbal maniobra con destreza y la victoria se decide a su favor” —el papa Pío XII, cabeza visible de la Iglesia católica cuando yo nací, consideraba a Jaime Balmes “Príncipe de la Apologética moderna”.

Si Puigdi, Jami, Torrent y los suyos sueñan con el país de las maravillas y con el de nunca jamás —ambas alternativas les valen y algunos días desean que no hubieran sucedido nunca—, apoyado en la palanca “los sueños son objetivos sin alas” y en la pértiga “una conjura de necios”, atando cabos hoy sueño y deseo —a babor y a estribor, a proa y a popa— que el futuro de España sea una tregua pacífica donde no se tolere que una conjura de necios proponga por las bravas que Cataluña sea Unidad de Destino en lo Universal o algo equivalente.

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