Volver a Artículos     
1989.- Catilina y Cataluña

26/01/2018

Catilina y Cataluña, o al revés: Cataluña y Catilina. No digo tanto monta, pero hacia ello camino con este párrafo de un escritor chileno que acaba de morir con más de cien años. Se llamaba Nicanor Parra y esto afirmaba: “El humor, la ironía, la parodia, la risa, permiten liberarse del sentimentalismo y del melodramatismo, exorcizar el horror a lo infinito y carnavalizar la muerte".

Como el primer preámbulo es la historia, hablaré de nuevo sobre Cataluña —en catalán, Catalunya, en aranés, Catalonha, en el imperio romano Catilina y en el lenguaje lepero, Catalina o cualquier otra chirigota.

¿Quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? fue una frase pronunciada por Marco Tulio Cicerón, un escritor anterior a Jesucristo, que no solo con el inicio de su Primera Catilinaria (en español, "¿Hasta cuándo abusarás, Catilina, de nuestra paciencia?”) pasó a la historia de la literatura y la política.

Dejaré de lado a la Cataluña donde algunos catalanistas aseguran que estaba el Paraíso Terrenal de la Biblia y el Jardín de las Delicias de El Bosco, y me enclaustraré en media docena de referencias de los años 1844 y 1845 que en su día proporcioné a Natalio Rivas Santiago, un abogado, político y escritor español que nació en marzo del año 1865 en Albuñol, provincia de Granada, y que murió en Madrid en enero de 1958.

Rivas lo tituló “Políticos, gobernantes y otras figuras españolas, y el Doctor Gregorio Marañón me invitó a que le contratara para escribir el prólogo —también me pidió el editor Francisco Beltrán de la Librería española y extranjera de la calle Príncipe de Madrid que facilitara un nihil obstat laico para la publicación.

En la primera edición que salió a la luz en el año 1833, garabateé esta angelical gansada: ”Es propiedad privada del autor y los derechos reservados, y todavía espero que me detengan y me lleven a un calabozo”. También escribí el Prólogo, en donde firmé lo siguiente: “Dice una leyenda, con un fondo de exactitud, como todas las leyendas, que el can elije, por maravilla del instinto, la yerba que requiere en cada momento su estado de salud o de enfermedad, o las alternativas de su nutrición o su celo. No de otro modo, el hombre prefiere en cada época de su evolución aquellas lecturas pasto para su alma que necesita en relación con sus circunstancias personales y con aquella otras, más poderosas todavía, impuestas por el ambiente histórico y social en que se mueve”.

Y añadí en el segundo párrafo del prólogo: “A una de estas razones profundas obedece, sin duda, el gusto actual de los lectores de todos los pases, por la literatura histórica. El remedio de las enfermedades o de las crisis que padece la Historia de los pueblos tiene un remedio de índole homeopática: la Historia misma”.

Aquel prólogo lo escribí en Toledo en el mes de diciembre del año 1932, y lo firmé como si me llamara Gregorio Marañón —algo parecido a cuando escribí la historia de Antonio Pérez preso de Estado en el castillo de Turégano por orden del rey Felipe II y conté hasta lo que comía en la villa episcopal donde el alguacil de la fortaleza le trataba cuerpo de rey.
Lo que ahora debería contar lo dejé escrito en las páginas 201 y siguientes del Tomo Primero. Lo escribí desde Cataluña y por hoy se queda en el tintero para evitar que el marido de la rumana Marcela Topor lo utilice como pretexto para presentarse en el Palacio Real de Madrid y, tras el beso de Judas a una bandera de España, proclamarse presidente da la tercera República Española junto a sus dos princesitas: Magali y María.
Hay un sitio esperando a los muertos entre los olmos —"Nin me abandonarás nunca, sombra que siempre me asombras…"; gracias por tu aportación, Rosalía, Rosalía de Castro, que naciste en Santiago de Compostela el 24 de febrero de 1837 y que en tu partida de nacimiento figuras como «hija de padres incógnitos» puntualizándose que «vas sin número por no haber pasado a la Inclusa».

Necesito un par de párrafos más para acabar esta historia de la otra Cataluña, y se los he pedido prestados a Natalio Rivas Santiago: Reescribe el último párrafo del tomo primero, me dijo, y esto explico: “He terminado mi trabajo, cumpliendo como me ha sido dable, pero con la mejor voluntad. Siento haberos molestado más de lo que me era lícito, pero he podido ser más breve, aunque hubiera querido serlo”.

Atando cabos, con Catilina, Cataluña y hasta con el Catalina lepero hoy zangoloteo —“estar una persona constantemente moviéndose de un lugar a otro sin ningún propósito o fin”— para decir que estoy donde los algodonales no se entreveran con los naranjos ni hacen cola los cadáveres. Llevaba razón Ignacio de Loyola cuando decía que "el primer preámbulo es la historia".

  Volver a Artículos