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1987.- Narciso y Eco

18/01/2018

La historia es desconcertante.
Pondré un ejemplo: de la madre del gran Miguel Ángel Buonarroti es poquísimo lo que se sabe. Al parecer se casó con dieciséis años, tuvo al genial arquitecto, escultor y pintor italiano renacentista, considerado uno de los más grandes artistas de la historia a los dieciocho y murió de veinticuatro —lo cuenta Giovanni Papini, un escritor italiano de Florencia inicialmente ateo y escéptico, y que posteriormente pasó a ser un fervoroso católico, en su libro “Vida de Miguel Ángel en la vida de su tiempo”.

Mientras canturreo el “Que Sera, Sera, Whatever will be, will be The futures not ours, to see Que Sera, Sera What will be, will be” —Qué Será, Será, Lo que será, será/ El futuro no es nuestro, por lo visto/ Que Será, Será ¿Qué será, será?

¿Cómo no preguntarse, por ejemplo, si el conflicto catalán y catalanista será o no será un contubernio por lo bajinis entre líderes políticos e intereses encubiertos y narcisistas?
De adolescente, Narciso despreciaba al amor y rechazaba a las ninfas y doncellas que, despechadas, pidieron venganza a los dioses. Su petición fue aceptada y un día de calor, después de una cacería, quiso beber agua, se inclinó sobre un remanso y, al contemplar la imagen de su rostro, se encontró tan bello que enamorado de sí mismo no pudo apartarse jamás de aquel embrujo suicida. En el lugar donde se ahogó, una flor brotó milagrosamente y recibió el nombre del joven: Narciso. Nos pasa a todos, especialmente en política. Carles Puigdemont es Narciso, Roger Torrent es Narciso…

Si Narciso, que si éste fue quien dijimos, Eco era una ninfa de las que llenan los bosques de la historia que no se parecía a Marta Rovira, Carme Forcadell, Muriel Casals, Neus Munté, Anna Gabriel, Ada Colau y a no sé cuántas más. Eco era grácil, pura, veloz como golondrina y bella como ángel. Una ninfa joven y alegre pero con una imperfección: era una ninfa demasiado charlatana. Y por ese único defecto, los dioses la castigaron. Con voz grave y triste, Hera, la esposa de Zeus, le dijo: “Ya no hablarás como lo hace todo el mundo. De ahora en adelante sólo hablarás para responder. ¡Siempre dirás la última palabra!”

Si Narciso se perdió en el mirarse a sí mismo, Eco en el no saber callar. Indefensa ante el enorme poder de los dioses, Eco tuvo que resignarse a tan triste castigo. Cuando las otras ninfas del bosque le decían: “¡Eco, ven, vamos a jugar a la fuente!”, “Fuente” decía ella. Cuando los cazadores la invitaban: “¡Eco, vamos a cazar a la luz de la Luna!”, ;“Luna” decía Eco nada más. Y como nadie podía entenderse con ella pues a nadie gusta que le repitan una y otra vez las propias palabras, Eco se transformó en ninfa solitaria hasta que se encontró con Narciso, tan joven como ella, tan ágil como ella, pero con su defecto personal. “¿Quién eres?”, preguntaba Narciso. “¡Eres!”, contestaba Eco ocultándose detrás de una roca. “¿Por qué te escondes? ¡Sal de ahí!”, le gritaba Narciso, herido en su amor propio; “¡Ahí, ahí, ahí!”, susurraba Eco. “¡No quiero verte más!”, acabó por decir el muchacho; “¡Más, más, más!”, dijo la ninfa Eco escondida en la roca. Tan escondida, que ella misma se volvió gris y opaca, se hizo piedra: sólo piedra ya, aunque conservara la voz para repetir la última palabra de cuanto oía. “Ahí está la triste Eco”, decían sus amigas; “Eco”, repetía la voz atada a su destino. Fue entonces cuando Narciso se inclinó a beber en la fuente que brotaba junto a la roca y sucedió lo que sucedió.

Óscar Wilde explicó que al morir Narciso llegaron las Oréades, las diosas de los bosques, y vieron el lago transformado en un cántaro de lágrimas saladas.

Vuelvo a canturrear el qué será, y como lo qué será será, atando cabos y por salir del paso acudo a Salvador Dalí y a su famoso cuadro San Narciso de las Moscas, que representa al patrón de la ciudad de Gerona con mitra, báculo y con una casulla donde se posa una gran mosca simbólica. Aunque ese Narciso sea un santo que en el año 1285, desde su tumba profanada salvó a la ciudad catalana lanzando contra los soldados enemigos un inusitado enjambre de moscas y otros bichos voladores.

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