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1982.- ¿La Navidad de la esperanza?

27/12/2017

Cuando nacemos, a un millón de neuronas y sentimientos por hora crecemos y nos cuesta vislumbrar de dónde venimos. Dentro de nosotros hay un Petit Prince —un Principito— que nos hace muchas preguntas pero que no parece escuchar las nuestras: palabras pronunciadas al azar que poco a poco nos van revelando lo que pretenden revelarnos.

Así́, cuando el destino distingue por vez primera “nuestro avión” y nos preguntamos: —¿Qué cosa es esa? —Eso no es una cosa. Eso vuela. Es un avión, mi avión. Me sentía orgulloso al decirle que volaba. El entonces gritó: —¡Cómo! ¿Has caído del cielo? —Sí —le dije modestamente. —¡Ah, qué curioso! Y el principito lanzó una graciosa carcajada que me irritó mucho. Me gusta que mis desgracias se tomen en serio. Y añadió́: —Entonces ¿tú también vienes del cielo? ¿De qué planeta eres tú? Divisé una luz en el misterio de su presencia y le pregunté bruscamente: —¿Tu vienes, pues, de otro planeta?, le dije, pero no me respondió́; movía lentamente la cabeza mirando detenidamente mi avión. —Es cierto, que, encima de eso, no puedes venir de muy lejos…

Esas plañideras palabras no son mías. Se las he pedido prestadas a un tal Antoine de Saint-Exupéry, un novelista y aviador francés que nació en el año 1900 y que el 31 de julio de 1944, cuando realizaba un vuelo de reconocimiento, desapareció y nunca se supo dónde estaba.

Nada que ver con el profeta Elías que subió al cielo en un torbellino porque fue arrastrado en un carro de fuego y jamás volverá a saberse de él hasta el final de los tiempos: eso que suele llamarse “la parusía”, el acontecimiento esperado al final de la historia: la Segunda Venida de Cristo a la Tierra.

Si la obra del francés se titulaba Le Petit Prince (El Principito), la narración donde se cuenta la desaparición del profeta Elías se llama la Biblia, y en uno de los capítulos del libro de Saint-Exupéry así él dice casi proféticamente: “Entonces apareció́ el zorro: —¡Buenos días! —dijo el zorro. ¡Buenos días! —respondió́ cortésmente el principito que se volvió́ pero no vio nada. —Estoy aquí́, bajo el manzano —dijo la voz. —¿Quién eres tú? —preguntó el principito—. ¡Qué bonito eres! —Soy un zorro —dijo el zorro. —Ven a jugar conmigo —le propuso el principito—, ¡estoy tan triste! —No puedo jugar contigo —dijo el zorro—, no estoy domesticado. —¡Ah, perdón! —dijo el principito, pero después de una breve reflexión, añadió́: ¿Qué significa “domesticar”? Pero después de una breve reflexión, añadió: —¿Qué qué significa domesticar? —Tú no eres de aquí —dijo el zorro— ¿qué buscas? —Busco a los hombres —le respondió́ el principito—. ¿Qué significa domesticar? —Los hombres —dijo el zorro— tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? —No —dijo el principito—. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar"? —volvió́ a preguntar el principito. —Es una cosa ya olvidada —dijo el zorro—, significa "crear vínculos" —¿Crear vínculos? (…)

No recuerdo por qué en la página 19 de mi libro “Turégano Piedras con alma” —Madrid, enero de 2011— escribí “Castilla para el deseado y León para el parlero”. Creo que fue porque el morir el rey Alfonso VII, sus hijos cumplieron el testamento del padre y se dividieron el Reino. Al que le correspondió Castilla y Toledo, Sancho, el hermano mayor, le llamaban “El Deseado”, y al segundón, que se llamaba Fernando, le correspondió León y Galicia —duro golpe para los leoneses que dejaron definitivamente de ser considerados primigenios en estima y jerarquía— decían que se pagaba por “parleros”, o sea, que hacía caso en demasía de los interesados chismes que se suelen propagar con intencionalidades políticas —lo escribí hace casi una década y no busqué en el fárrago de la historia los embrollos allí narrados, sino que, como casi siempre, ellos me buscaron a mí.

Preguntándome si ésta será la penúltima Navidad de la esperanza, atando cabos vuelvo a la obra de Saint-Exupéry y para crear vínculos de amistad y amistad aporto la conclusión que allí se formula: “¡Ninguna persona mayor comprenderá́ jamás que esto sea verdaderamente importante! Éste es para mí́ el paisaje más hermoso y el más triste del mundo… Si un niño llega hasta ustedes, si este niño ríe y tiene cabellos de oro y nunca responde a sus preguntas, adivinaran en seguida quién es. ¡Sean amables con él!

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