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1978- Cumbres borrascosas

11/12/2017

Tras leer la novela La lección de August de R.J. Palacio —decimosexta edición: marzo de 2016— anoche acudí a un cine madrileño para contemplar la película Wonder y al llegar los títulos de créditos del final de la película, la sala entera puesta en pie aplaudía y aplaudía como si a Plácido Domingo al finalizar el Nessum Dorma del Turandot de Puccini: “al All alba vincerá! Vincerá! Vinceró!”.

“El destino sonrió y la fortuna se rió cuando se acercó a mi cuna”, escribió Natalie Merchant, “Wonder”, en el inicio de la primera parte de La lección de August. “Todos deberíamos recibir una ovación al menos una vez en nuestra vida, porque todos vencemos al mundo” dice Auggie, en la contraportada. En el apéndice, “Los preceptos del señor Browne”; para el mes de diciembre, “Audentes fortuna iuvat” (la fortuna sonríe a los audaces, del latino Publio Virgilio Marón), y para el mes de febrero, “es mejor conocer algunas preguntas que todas las respuestas”, de James Thurber, un escritor y humorista gráfico estadounidense cuyos trabajos, entre lo ridículo a lo satírico, le dieron un lugar entre los mejores humoristas del siglo XX.

En un mundo de cumbres borrascosas, desde que nacemos las personas estamos en la romería de algún adiós, y no se sabe si eso es un problema o un enigma —de los problemas, escribió Pablo Neruda: “Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños.”; de los enigmas, James Joyce escribió: “He puesto muchos laberintos y enigmas que mantendrán ocupados durante siglos a los profesores discutiendo sobre lo que yo quería decir. Es la única manera de lograr la inmortalidad”.

El problema siempre es el saber a qué carta quedarse. Como en aquel cuento que de niño me narraron en el cole o no sé dónde: El Gran Maestro y el Guardián se dividían la administración de un monasterio Zen. Cierto día, el Guardián murió y fue preciso substituirlo. El Gran Maestro reunió a todos los discípulos para escoger a quien tendría la honra de trabajar directamente a su lado:
“Voy a presentarles un problema —dijo el Gran Maestro— y aquél que lo resuelva primero, será el nuevo guardián del Templo. Terminado su corto discurso, colocó un banquito en el centro de la sala. Encima estaba un florero de porcelana con una rosa roja que lo decoraba. Éste es el problema —dijo el Gran Maestro— ¡Resuélvanlo! Los discípulos contemplaron perplejos el "problema". Veían los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y la elegancia de la flor. ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál sería el enigma? Pasó el tiempo sin que nadie atinase a hacer nada salvo contemplar el "problema". Hasta que uno de los discípulos se levantó, miró al maestro y a los alumnos, caminó resolutamente hasta el florero y estrelló contra el suelo. “¡Al fin hay alguien que lo hizo! —exclamó el Gran Maestro—. Empezaba a dudar de la formación que les hemos dado en todos estos años. Usted es el nuevo guardián.
Al volver a su lugar el alumno, el Gran Maestro explicó: “Yo fui bien claro. Dije que ustedes estaban delante de un "problema". No importa cuán bello y fascinante sea un problema, tiene que ser eliminado. Un problema es un problema; puede ser un florero de porcelana muy caro, un lindo amor que ya no tiene sentido, un camino que precisa ser abandonado, por más que insistimos en recorrerlo porque nos trae confort... Sólo existe una manera de lidiar con un problema: atacándolo de frente. Los problemas no se solucionan al tratar de "acomodarlo" y darles vueltas. “Cuando las cosas sólo son problema, déjalo a un lado y continúa disfrutando de lo hermoso y lo que vale la pena en la vida…”

Jostein Gaarden, un escritor, novelista, filósofo, historiador y profesor noruego —el autor de "El misterio del solitario" (1990) "El mundo de Sofía" (1991) "Maya" (1999) y "Me pregunto" (2012) —, en “El mundo de Sofía” explicó que “si no sabemos en todo momento a dónde vamos, puede resultar útil saber de dónde venimos. Para manejar mi propia vida también necesito entender mis raíces en la historia”.

No retrocederé hasta “El origen de las especies”, el libro que Charles Darwin publicó el 24 de noviembre de 1859, pero escribiré como postre esta boutade de Groucho Marx —una boutade es un dicho o hecho paradójico, pero poco eficaz o adecuado—: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

Atando cabos hoy digo que las cumbres borrascosas de antaño son ahora reflujos turbulentos de presagios bullangueros y que, aunque no sepamos a dónde vamos, nos consuela el saber de dónde venimos, y que así concluye aquel trascendental libro de Darwin publicado hace ciento setenta años: “Yo me detuve allí, cara al cielo sereno, y siguiendo con los ojos el vuelo de las libélulas entre las plantas silvestres y las campanillas, y oyendo el rumor de la suave brisa entre el césped, me admiré de que alguien pudiera atribuir inquietos sueños a los que descansaban en tan quietas tumbas”.

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