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1976.- Perder el tren

29/11/2017

Dice el refrán que del 20 de Noviembre en adelante el invierno ya es constante, pero el destino es una trampa: una ratonera. La vida un milagro, y la muerte, una primavera desesperante; como perder el tren que lleva a los españoles a seguir perteneciendo a una misma nación, a olvidar lo de “nación de naciones”, y especialmente a que se olviden ciertos políticos torracollons —en español, “tocapelotas” —, de crear una República independiente en Europa o fuera de ella. “Tembloroso recuerdo/ esta huida del tiempo/ que se fue./ Evocando el pasado/ y los días lejanos lloraré” —gracias Paul Verlaine por ilustrar el pórtico de este artículo periodístico con esos versos tuyos que invitan a una furtiva lágrima como en la romanza incluida en la ópera El elixir del amor que Gaetano Donizetti compuso hace 185 años.

Si Epicteto escribió el “Enchiridion” y Sun Tzu “El Arte de la Guerra”, el papa León III entregó a Carlomagno, para que se hiciera el dueño del mundo, las “Oraciones Mágicas del Enchiridion” —en uno de sus capítulos, además de una “Oración para obtener honores y riquezas, ser admitido en casa de grandes señores y conseguir de ellos toda clase de mercedes”, aconseja llevar encima el “pentáculo” —una placa de metal grabada con símbolos mágicos que funciona como un amuleto contra enfermedades provocadas por malas influencias astrales, para vernos libres de ladrones y para esquivar toda clase de peligros.

Con pentáculo o a la intemperie, exploro hoy un ramillete de media docena de las “36 estrategias chinas” elaboradas y enriquecidas por generaciones de guerreros, políticos, comerciantes y filósofos durante cinco mil años de guerras, movimientos sociales, intrigas políticas y económicas: un compendio de conocimientos profundos de la naturaleza humana aplicables a situaciones reales que van desde un campo de batalla hasta la mesa de un consejo de administración: “Observar los fuegos que arden al otro lado del río” —que los enemigos se destruyan entre ellos con sus contradicciones—; “Sacrificar el ciruelo por el melocotonero” —hacer sacrificios parciales en aras de la victoria total—; “Robar un cordero al pasar” —aprovechar las oportunidades que surgen en los errores del enemigo—; “Golpear la hierba para asustar la serpiente” —asustar al enemigo para que haga públicos secretos importantes o decir que se le está cercando para que se entregue más fácilmente—; “Pescar en aguas turbias” —utilizar la confusión general en provecho propio; y una estrategia que parece igual pero que no es lo mismo: “Saquear una casa en llamas” —aprovecharse de los infortunios del enemigo.

En el dornajo de los recuerdos —sueños y pesadillas— a menudo me encuentro con “Las flores del mal” de Charles Pierre Baudelaire, un poeta, ensayista, crítico de arte y traductor francés (1821/1867), el autor de la Canción de otoño: “Los sollozos más hondos/ del violín del otoño/ son igual/ que una herida en el alma/de congojas extrañas/ sin final”, al que Verlaine incluyó entre los poetas malditos de Francia del siglo XIX, debido a su vida bohemia y de excesos, y a la visión del mal que impregna su obra. "¡La muerte, ay! nos consuela y nos hace vivir", es el primer verso del primer cuarteto del soneto número 22 de Baudelaire, el poeta maldito que falleció el mismo día pero 130 años antes de que muriera o la mataran a Diana, la princesa de Gale —Lady Di— en un accidente automovilístico en el interior del Puente del Alma de París.

Ahora que no llueve, antes de perder el tren me refugio en las primeras palabras de “Griego Busca Griega” —un libro que hace no sé cuántos años leí con pasión adolescente—. Lo escribió Friedrich Dürrenmatt, un suizo que nació al comenzar los años veinte y murió 10 años antes de que finalizara el siglo XX el tal libro trazaba con mano maestra un retrato en clave de farsa de los valores y actitudes de la sociedad burguesa: “Llovió durante horas, noches, días, semanas enteras. Las calles, avenidas y bulevares brillaban de humedad; a lo largo de las aceras corrían arroyuelos, arroyos, pequeños ríos...”

Atando cabos, como perder el tren que llevaba a los españoles a seguir perteneciendo a una misma nación y como si una mente caleidoscópica actuase en tiempos de Guerra y Paz: algo parecido al título de la novela del ruso León Tolstói que comenzó a escribir en una época de convalecencia tras romperse el brazo por caer del caballo en una partida de caza en 1864.









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