1969.- Por fin, amaneció06/11/2017
Cuando se escucha a Pilar Rahola mutatis mutandi (cambiando lo que haya que cambiar) es como si se predicara Cristo en el Sermón de la Montaña —cuando Jesús vio la multitud, subió al monte y al sentarse él se le acercaron sus discípulos y les enseñaba diciendo: “Bienaventurados los pobres en Espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” y etecé.
O como si se construyera un edificio con “dientes de perro” —en arquitectura, el ornamento de la primitiva arquitectura constituido por una serie de prismas triangulares o cuñas con las aristas hacia fuera; también se llama ensamble a media madera con junta dentada.
Cuando por fin amaneció, "España no podría sobrevivir si Cataluña no fuera parte de la Unión Europea", asegura la Rahola, una política y tertuliana radiofónica y televisiva española de ideología independentista catalana que fue diputada por Barcelona en el Congreso dentro del Grupo Parlamentario Mixto entre el año 1993 y el 2000, siete años que en paz descansen: son un arco cegado, como se llama al que tiene tapiada su luz.
Cuando por fin amaneció, ¿cómo no recordar la novela “Los muertos” de James Joyce, el autor de la novela “Ulises”, un hito literario del desconcertante siglo XX ya enterrado y para algunos maldito y maldecido? —“La inteligencia es memoria”, decía; también que “Me dan miedo esas grandes palabras que nos hacen tan infelices”—. Cuando por fin amaneció, “viendo que estaban todos preparados para salir, los acompañó hasta la puerta, donde empezaron las despedidas” —palabras textuales de “Los muertos” de James Joyce.
Cuando por fin amaneció, según la Fiscalía Anticorrupción y contra el Crimen Organizado, el comisario jubilado José Villarejo y el comisario principal Carlos Salamanca, actual jefe de la Unidad Central de Fronteras de la Comisaría General de Extranjería, dirigían una organización criminal que introducía en España de forma ilegal a ciudadanos de África a cambio de importantes sumas de dinero o regalos de alto valor. Además, cobraban «por la prestación de servicios especializados de inteligencia» y blanqueaban luego los beneficios ilícitos que se obtenían.
Ya le llaman el año del caos. “Donde ninguno manda, mandan todos. Donde todos mandan, nadie manda. Es el caos.”
A Puigdemont el mártir incoherente, y a los cuatro exconsellers bebecharcos que le acompañan, la Fiscalía de Bruselas ha anunciado que serán detenidos en las próximas horas —al parecer, los cinco se han entregado ya a la policía belga. No se sabe si dormirán en el calabozo de la comisaría o si les llevarán en hombros hasta la catedral la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula de Bruselas para acogerse a sagrado.
Los del quinteto desafinado del desafuero deberían haber solicitado por telepatía retrospectiva cinco credenciales de inmunidad total a Jacques Bossuet (1627/1704) un religioso, predicador y escritor francés —en 1670, el rey Luis XIV, “el Rey Sol”, le nombró preceptor del delfín, a quien dedicó diez años de su vida y obras como el Discurso sobre la historia universal (1681) —. Concluida esta misión, fue nombrado obispo de Meaux (1681). Intervino en la Asamblea del clero, combatió la Reforma protestante y, oponiéndose a su amigo Fénelon, intervino en la querella del quietismo. Enemigo del teatro por considerarlo inmoral (lo criticó acerbamente en Máximas y reflexiones sobre la comedia, obra de 1694), en el último período de su vida retornó a la predicación. Entre sus muchas obras cabe destacar, aunque inacabada y editada tras su muerte: “Política deducida de las propias palabras de la Sagrada Escritura”.
“Cuando arrastren las cenizas de mi cadáver, no seré feliz pero sabré que alguien me recordará”, solía decir Bossuett, el amigo de François Fénelon, un teólogo y obispo católico, poeta y escritor francés —una consigna que ahora está atravesando el cerebro del mártir incoherente y de los cuatro del PDDF: Plataforma Desafinada De bebecharcos.
Atando cabos, cuando por fin amaneció —si es que amaneció— pudo comprobarse que España, con Cataluña o sin ella, está construida de madera anegadiza: la que, según explican los diccionarios de arquitectura, “echada en el agua, se va a al fondo”.