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1948.- Nadie Debería Morir

29/08/2017

El día de San Lorenzo del año mil novecientos y pico nací en un pueblo de Castilla y me convertí en español por los cuatro costados. No pude ver la lluvia de las lágrimas de San Lorenzo, porque mis ojos aún no reconocían esas cosas tan misteriosas.

Aquel día y a la misma hora, al otro lado de un tabique de la casa familiar murió clínicamente mi abuelo paterno y yo heredé su nombre, su apellido y la identidad tureganense, segoviana, castellana y española. Al pensar en lo que me contaron sobre aquel abuelo, dos veces alcalde de Turégano, pienso que nadie debería morir pero que cuando llega esa hora siempre debiera quedar clara la identidad nacional de las personas.

Todo esto viene a cuento de que el conseller de Interior de Cataluña, una "Comunidad Autónoma de España" (entono el mea culpa pues yo participé políticamente para aprobarlo constitucionalmente) ahora ha diferenciado entre "víctimas catalanas y españolas".

Ese abrazafarolas y mamporrero de cuyo nombre y apellidos no quiero acordarme, cuando hizo un balance de los fallecidos en los atentados de Cataluña ha asegurado que hasta ese momento habían sido identificadas siete personas: "una mujer italiana, una portuguesa, una con doble nacionalidad española/argentina, dos personas catalanas y dos personas de nacionalidad española".

Por su parte, una lideresa catalanista pagafantas y revientabaules de cuyo nombre tampoco quiero acordarme pero que pertenece a la CUP (Candidatura de Unidad Popular) un partido político español de extrema izquierda que defiende la independencia de Cataluña y de los "Países Catalanes" no irá a la manifestación contra el terrorismo si acuden el Rey o Rajoy.

A parte de mi procedencia española originaria, la vida y sus circunstancias me ha hecho recorrer medio mundo, y por supuesto todas y cada una de las provincias de España incluidas las cuatro provincias catalanas y casi cada pueblo de Cataluña, y pienso que independientemente de su nacionalidad y querencia vital y emocional, "Nadie debería morir", como dice el título de una novela de Frank G. Slaughter. Si su contenido en este artículo de hoy no viene a cuento, el título es un enganche para pensar lo que pienso y escribir lo que escribo. Slaughter era un escritor norteamericano muy famoso por sus best seller que nació en 1908 en Washington y falleció en el 2001 no recuerdo donde.

Aunque nació en Washington D. C., Slaughter se crio en una granja cercana a la ciudad de Oxford y a los 22 años acabó de medicina y como cirujano participó como médico en la Segunda Guerra Mundial y, acabada la contienda volvió a ejercer como médico compaginando su carrera de medicina con la de escritor de novelas de médico, así como las de temas históricos, especialmente recuperando personajes bíblicos.

Lo de que nadie debería morir no deja de ser una loca utopía. Para unos, morir es comenzar a vivir, para otros desaparecer en el per saecula y cualquiera sabe. "La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.”, así lo decía un profesor de mi madre que se llamaba Antonio Machado. Y según dicen, para Napoleón Bonaparte la muerte era un ensueño sin ensueños.

Un escritor nacido en un pueblo de Palencia y que murió en un pueblo de Cuenca así se explicaba: "Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar e consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos e más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos e los ricos."

Los poetas también se mueren pero ellos ven la muerte desde el meollo desconcertante del sentimiento.

Si mi subida al barco de la vida tuvo lugar el día de San Lorenzo, la batalla de San Quintín también tuvo lugar ese día pero cuatrocientos años después y nuestro rey Felipe II mandó construir para celebrar la victoria contra los franceses el palacio y monasterio de El Escorial, una de las maravillas del mundo con el skyline (la línea de cielo) en forma de parrilla.
Atando cabos hoy te digo y me digo que con estrellas fugaces o sin ellas el día de San Lorenzo volverá cada año para recordar a un santo que al parecer nació en Huesca en el año 225 y que fue martirizado en Roma (asado en una parrilla) el 10 de agosto del 258, o sea cuando tenía 33 años, una cifra preñada de connotaciones históricas y emocionales -el treintaytrés es el mayor grado dentro de la Masonería, el número atómico del arsénico y en medicina, para aprovechar las erres de su pronunciación, se usa en la auscultación de las vibraciones vocales trasmitidas: "Diga usted treinta y tres".

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