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1945.- El cerro de los héroes

28/07/2017

Ya aflora en el abracadabra de la historia catalana. Medio mundo sabe si las esculturas del cerro de sus héroes ondearán banderas al viento o portarán cadenas patibularias. En lo más alto: Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Jordi Turull, Raül Romeva y otros treintaitrés zaratustras que de entrada ni quiero ni pienso recordar.

En la mitología y el folclore, un héroe o una heroína son personajes eminentes que encarnan la quintaesencia de los rasgos clave valorados en su cultura de origen.
El héroe posee habilidades y rasgos de personalidad que le permiten llevar a cabo actos heroicos. En la narración mitológica, el héroe se distingue por un inicio casi siempre extraordinario y un acontecimiento final en donde el héroe se enfrenta a su contrario y finalmente la palma de manera gloriosa.
Aparecieron por primera vez en Grecia, y Píndaro, uno de los más célebres poetas líricos de la Grecia clásica (517/438 antes de Cristo), distinguió entre dioses, héroes y hombres. Por su parte, Platón (427/347 antes de Cristo) distinguió entre dioses, demonios, héroes y hombres. En época más arcaica, Hesíodo, un poeta que vivió en torno al año 700 antes de Cristo define al héroe como «semidiós» o «dios local», mientras que Aristóteles manifiesta que los héroes eran, tanto física como moralmente, superiores a los hombres.

“Desgraciado el país que necesita héroes”, explicaba Bertolt Brecht, un celebérrimo dramaturgo y poeta alemán que nació el año del desastre español en el mundo (1898) y que murió en 1956, el año de los disturbios acaecidos en Madrid en febrero de aquel año, que involucraron a muchos estudiantes universitarios contrarios al régimen franquista y que concluyó con la destitución, entre otros, de Joaquín Ruiz-Giménez, el ministro de Educación.
No hay vidas sin pasado. Pasado sin vida, tal vez sí. William Faulkner, el ganador del Nobel de Literatura en 1949, decía que el pasado nunca está muerto, que ni siquiera es pasado; era un narrador y poeta estadounidense que murió en 1962 a punto de cumplir los setenta años.
De vivir hoy el gran Aniceto Marinas (Mozoncillo, 1866/Madrid, 1953), sería tal vez el escultor elegido para diseñar y esculpir el cerro de los héroes catalanes. La rumana Marcela Topor, quince años más joven que Carles Puigdemont, su marido, está investigando por su cuenta cuál de las obras del segoviano se adapta mejor al Dios es Cristo de Cataluña. Dicen que es una mujer lista, inteligente y que habla perfectamente el español aunque se niegue a tener nacionalidad española.

En su cubículo, además de los bocetos del altorrelieve de Los amantes de Teruel, una serie de obras del mozoncillense. Obras y más obras en Madrid, en Badajoz, en León, en Orense, en Villadiego, en Cádiz…, y si la susodicha Marcela Topor fuera segoviana no se olvidaría del Monumento a Juan Bravo, La Soledad al pie De la Cruz y el rostro del Cristo en su última palabra.
Pocos recordarán en el futuro los nombres del abracadabra catalán del cerro de los héroes. Me lo cuentan Pánfilo de Narváez, un personaje que nació en Navalmanzano, un pueblo cercano al de Aniceto Marinas, y Diego Velázquez de Cuéllar (Cuéllar 1465/Santiago de cuba 1524) —a él se debe la fundación de las siete primeras ciudades españolas de Cuba, y está considerado como el primer hispano-cubano de la historia aunque hoy le tengan silenciado en el patronato cuellarano de las Edades del Hombre.

Atando cabos, cada vez que Carles Puigdemont pide al camarero una interminable lista de viandas inverosímiles, se escucha a Junqueras gritar desde el interior del camarote catalanista: “¡Y también dos huevos duros!”. Luego, suena la bocina de Carme Forcadell, Jordi Turull, Joaquim Forn, Clara Ponsatí y los otros treintaitrés añadiendo: “en lugar de dos, pon tres”.

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