1944.- El espejo que huye21/07/2017
Uno no escoge el país donde nace;/ pero ama el país donde ha nacido./ Uno no escoge el tiempo para venir al mundo;/ pero debe dejar huella de su tiempo./ Nadie puede evadir su responsabilidad./Nadie puede taparse los ojos, los oídos,/ enmudecer y cortarse las manos./ Todos tenemos un deber de amor que cumplir./ una historia que nacer/ una meta que alcanzar./ No escogimos el momento para venir al mundo:/ Ahora podemos hacer el mundo/ en que nacerá y crecerá/ la semilla que trajimos con nosotros…
El espejo que huye es un poema de Gioconda Belli, una poetisa que nació en Managua el 9 de Diciembre de 1948. Paisana de Rubén Darío, además de poetisa se caracteriza por su compromiso político y por rescatar y ahondar en el universo femenino, reivindicando el papel de las mujeres en la sociedad y en la construcción de la cultura. Su activismo le llevó a militar en el Frente Sandinista de Liberación, y a ocupar durante un tiempo cargos de responsabilidad una vez los sandinistas derrocaron al presidente Somoza —asesinado el 17 de diciembre de 1980.
Éramos jóvenes y en el espejo que huye algunos recordamos una obra fabulosa de Charles Moeller: “Literatura del Siglo XX y Cristianismo” —cinco volúmenes, y el quinto “Amores Humanos”: François Sagan y el amor del amor, “Bertol Brecht, o el amor para mañana, Simone de Beauvoir y la situación de la mujer, Paul Valéry y la noche de Génova, y Saint-John y la última mensajera.
En Galicia, la esmorga es una francachela o cuchipanda que toman varios amigos. En la vieja lengua de Galicia, “esmorga” equivale a parranda, a juerga sin límite y cosas así.
El mundo no concluye en Finisterre porque el cacique Maduro y los suyos anden en una desenfrenada esmorga, y a ti, amigo Leopoldo López, desde una cárcel con rejas el presidente de la Republica te haya confinado en la jungla de una ciudad en guerra casi abierta: te ha arrestado en tu propio domicilio. En el espejo que huye, eres un político, economista y líder opositor al Gobierno venezolano. Eres mi amigo desde un largo encuentro que tuvimos hace no sé cuantos años en la ciudad de Antigua Guatemala o Santiago de los Caballeros de Guatemala declarada en 1979 patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
Te confieso, amigo, que lo de “el espejo que huye” se lo estoy plagiando descaradamente a un escritor italiano que se llamaba Giovanni Papini (1881/1956; murió un 8 de julio, andamos en el sexagésimo primer aniversario) —un señor que inicialmente era ateo y escéptico, y posteriormente pasó a ser un fervoroso católico, aunque en su obra “El Diablo” explicara que al llegar el Juicio Final, Dios se compadecerá de todos los sufrientes, cerrará el infierno y redimirá a todos los pecadores.
Regresando al Espejo que huye, el relato de Papini —corto, cambio y pego lo que quiero—, así decía, Leopoldo: “En una imposible mañana de invierno, un hombre desconocido quería demostrar que los hombres son felices, que la vida es grande y que el mundo es hermoso… En cierto momento su voz me dijo: “Medite, señor, medite en la grandeza del progreso que se desarrolla bajo nuestros ojos; en el progreso que lleva a los hombres desde el pasado hasta el futuro, desde lo que ya no es más hasta lo que todavía no es, de lo que se recuerda a lo que se espera… En ese momento, un tren expreso llegó a la estación. Su estruendo solemne en el cruce de las vías, su breve silbato, decidido, irritado, interrumpieron el discurso del Hombre que no conozco. Cuando el tren se calmó y no se oyeron más que sordos bufidos de la locomotora y los viajeros escaparon, el Hombre quiso todavía continuar pero yo me anticipé: “Señor Hombre —le dije—, este tren que acaba de llegar, ¿no le ha sugerido nada que se relacione con nuestra circunstancia? (…) Hasta hace pocos minutos este tren corría a una velocidad media de ochenta kilómetros por hora (…) Imaginen que todo el mundo se detuviese de improviso, en un instante dado, y que todas las cosas permanecieran en el sitio en que estaban y que todos los hombres se volvieran inmóviles, como estatuas, en la actitud en que estaban en ese instante, en la acción que se hallaban ejecutando... Si esto ocurriera y si a pesar de todo ello continuara todavía funcionando en los hombres el pensamiento, y pudieran recordar y juzgar lo que hicieron y lo que estaban haciendo, y pudieran examinar todo lo que realizaron desde su nacimiento y meditar en lo que deseaban realizar antes de consagrar perpetuamente sus días actuales a los mañanas venideros (…) Si de pronto se les dijese que dentro de una hora todos morirán, todo lo que hacen y lo que hicieron no tendría para ellos ningún placer ni sabor ni valor algunos (…) Dios ha cerrado aquel infierno del más allá y ha redimido sin que lo sepan a todos los pecadores…”
Atando cabos, Leopoldo amigo, así y ahora.
Del espejo que huye nadie quiere acordarse porque el mañana que permite esperar los triunfos y las victorias es una incógnita de incierta solución. Te digo para acabar que un poeta de la literatura española —Jorge Manrique (1440/1479)— así decía: “Ni miento ni me arrepiento/ ni digo ni me desdigo/ ni estoy triste ni contento, / ni reclamo ni consiento, / ni fío ni desconfío / ni espero ni desespero…; y etecé.