1940.- Héroes y traidores13/06/2017
En cierta ocasión, seis personajes se presentaron a Luigi Pirandello (1867/1936) — ganador en 1934 del Premio Nobel de Literatura— exigiendo ser protagonistas de una comedia. Seis personajes, seis, como si aquí y ahora en este Héroes y Traidores.
"Algo debíamos repetir en nuestra vida todos los días con toda solemnidad. Necesitamos un nuevo Padrenuestro de acuerdo con nuestras circunstancias y nuestras ideas" —No es un alegato del hoy es hoy y tiro porque me toca. Es una greguería de Ramón Gómez de La Serna escrita en 1919; Ramón fue un prolífico escritor y periodista vanguardista español, el inventor del género literario conocido como greguería, un aforismo que presenta una visión personal, sorprendente, aguda y frecuentemente humorística de algún aspecto de la realidad.
Nuestro Ignacio Echeverría se ha convertido en héroe por defender por sus propios medios a una mujer en apuros —“Desgraciado el país que necesita héroes”, escribió hace casi un siglo Bertolt Brecht, un dramaturgo y poeta alemán que también escribió “Infeliz es la tierra que necesita héroes”; estaba España en la recta final de una Guerra Civil que todavía colea cuando aquel escritor y poeta alemán escribió “Los negocios del señor Julio César”, un ejercicio de llevar la acción de finales de los años 60 antes de Cristo a los ojos de un lector de mediados del siglo XX. Una novela sobre canallas y miserables. Una novela del pueblo y para el pueblo.
Si por treinta monedas de plata Judas Iscariote vendió a Cristo, hoy se compra y se venden vidas, incluso la propia, por alcanzar paraísos inalcanzables. “La traición es en gran medida una cuestión de hábito”, escribió no sé dónde John le Carré, un novelista británico especializado en relatos de suspense y espionaje ambientados en la época de la Guerra Fría.
Dedicado cariñosamente por su autor, he recibido un excelente libro de poemas titulado "Ante el Pórtico de la Gloria". El autor, José María Díaz Fernández, en su día muy relacionado con Segovia, y más tarde, canónigo archivero y deán de la catedral de Santiago de Compostela. El prólogo, de Darío Villanueva, el trigésimo director de la Real Academia Española. ¡Gracias José María, maestro y amigo! Puedes presumir de sabiduría cobijado en tu casa de Mondoñedo, la ciudad de Álvaro Cunqueiro, el autor de “El hombre que se parecía a Horestes”, la quinta novela de Cunqueiro que le valió́ el XXV Premio Eugenio Nadal en 1969 —en mi casa están la mayoría de sus obras dedicadas por el autor: "Para Ricardo Cedrón esta historia de un soñador que muere de sus sueños. Con el abrazo de Álvaro Cunqueiro” (firma y rúbrica)”, dice el ejemplar de la primera edición de "El año del cometa" publicada en Ediciones Destino en 1974.
Hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro —cosas de Albert Einstein, un físico alemán de origen judío, nacionalizado después suizo, austriaco y estadounidense, considerado el científico más conocido y popular del siglo XX.
Aunque aparecieron otros dieciséis personajes, incluidos Albert Einstein, John le Carré y hasta Judas Iscariote, por exigencia del guión al trascoro solo traigo a estos seis —Luigi Pirandello, Gómez de la Serna, Ignacio Echeverría, José María Díaz, Álvaro Cunqueiro y Bertol Brech— y atando cabos hoy manifiesto que “la guerra es una masacre entre gentes que no se conocen para provecho de gentes que sí se conocen pero que no se masacran entre ellos"; así lo contaba el escritor francés Paul Valéry (1871-1945), considerado el principal representante de la llamada poesía pura.