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1939.- La muerte es un preludio

31/05/2017

Sócrates no escribió obra alguna porque creía que cada uno debía desarrollar sus propias ideas. Al parecer, consideraba a la muerte como una curación de todos los males humanos, un preludio del más allá. “Critón, debemos un gallo a Esculapio, no te olvides de pagar esta deuda”, dijo antes de beber la cicuta y morir sin aspavientos; cuando se muere y se vive así, la muerte es el preludio de otra dimensión de la vida. —"La muerte sólo tiene importancia en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida", opinaba André Malraux, un novelista, aventurero y político francés del siglo pasado.

En el Cementerio de San José, un camposanto de la ciudad de Granada ubicado en la dehesa del Generalife en el entorno monumental de la Alhambra, al principio de este siglo dimos sepultura a Rosario Vírseda, una monja jesuitina hermana de mi madre que en paz descanse también.
Recuerdo que la madre superiora de las Hijas de Jesús me entregó simbólicamente la llave de la caja mortuoria de mi tía con estas palabras alentadoras: "Ella hubiera deseado ser enterrada junto a sus padres en el cementerio de Veganzones. En nombre de sus hermanas de Comunidad, te ruego que deposites en aquella tumba la llave que hoy encierra en Granada las cenizas de la madre Rosario que en paz descanse".

Además de las sentimientos de tristeza de aquella mañana en el entierro de una monja ejemplar, dos epitafios subyugaron aquel día mis emociones: “El Ayuntamiento de Granada al Excmo. Sr. D. Emilio Herrera Linares, 1879-1967. No lo lloréis. Imitadlo”, y muy cerca de la tumba de Rosario Vírseda mis ojos y mis sentimientos se encontraron de pronto con la tumba de Ángel Ganivet, un escritor que además de su faceta literaria fue diplomático ocupando el puesto de cónsul en Amberes, Helsinki y Riga, la ciudad donde falleció al suicidarse arrojándose desde un barco al río Dvina. Los marineros le intentaron sacar del agua, y él volvió a tirarse de la nave y murió ahogado. El periodista jerezano Enrique Domínguez Rodiño, durante una gira por Riga descubrió la tumba del escritor granadino y en 1925 consiguió repatriar a España los restos de aquel diplomático escritor que murió el 29 de noviembre de 1898 unos meses antes de cumplir los 33 años.

En su "Ideario Español el Porvenir de España", Ganivet además de emocionar, acongoja: "Nuestros centros docentes son edificios sin alma; dan a lo sumo el saber; pero no infunden el amor al saber, la fuerza inicial que ha de hacer fecundo el estudio cuando la juventud queda libre de tutela, y si nada se consigue al menos habremos tenido la certeza de haber sido parte de la solución y no parte del problema".

Cuando pienso en Ganivet y en su trágica muerte, viene a mi mente el suicidio de Alfonsina Storni en Mar del Plata arrojándose de la escollera del Club Argentino de Mujeres. Las versiones románticas aseguran que Alfonsina consideraba que el suicidio era una elección concedida por el libre albedrío, y así lo había expresado en un poema dedicado a su amigo y amante, el también poeta suicida Horacio Quiroga. Las versiones románticas dicen que el 25 de octubre de 1938 Alfonsina se internó lentamente en el mar hasta morir ahogada en "La Perla", una playa de Mar del Plata. La muerte de Alfonsina inspiró la creación de “Alfonsina y el mar”, una de las más bellas canciones latino americanas. Mercedes Sosa hizo suya de forma sublime esta canción incluida en su disco «Mujeres argentinas»: "Por la blanda arena que lame el mar, Su pequeña huella no vuelve más. Un sendero solo de pena y silencio llegó hasta el agua profunda. Un sendero solo de penas mudas llegó... Te vas Alfonsina con tu soledad, ¿qué poemas nuevos fuiste a buscar? Una voz antigua de viento y de sal te requiebra el alma y la está llevando y te vas hacia allá como en sueños, dormida, Alfonsina, vestida de mar."
Atando cabos hoy manifiesto que cada uno debe desarrollar sus propias ideas para vivir y descansar en paz. Y que con el pretexto del sepelio granadino de Rosario Vírseda, una monja ejemplar humilde y trabajadora, he querido evocar la diatriba de Ganivet sobre los centros docentes como edificios sin alma que no infunden el amor al saber.
Como la muerte es un preludio, hoy señalo que sólo tiene importancia ese episodio en la medida en que nos hace reflexionar sobre el valor de la vida nuestra y la de los demás.

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