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1931.- El purgatorio perdido

28/04/2017

No sé si los humanos hemos perdido el purgatorio o si la vida es un purgatorio de músicas y de silencio como el “Cuatro minutos, treinta y tres segundos”, la obra que John Cage (1912/1992) escribió en el año 1952 —solo la palabra “tacet”, un término utilizado en notación musical para indicar que el intérprete de un instrumento o una voz no deben sonar.
Aquel músico genial quería demostrar que el silencio es imposible, que es la existencia de la nada: un vacío entre los sonidos que hace que no se taponen entre sí como en los agujeros negros.

Las cosas y sus circunstancias casi nunca pasan como las imaginamos: casi siempre están en el purgatorio, ese concepto religioso de la teología católica y copta que no es un espacio físico sino un estado transitorio de purificación y expiación hasta poder acceder a la visión beatífica.

Así hoy y siempre aunque algunas personas prefieran vivir en il dolce far niente —en “lo dulce de no hacer nada”, una quimera de pasar de todo y de todos; de vegetar e intentar divertirse.

No ejercieron il dolce far niente dos de los españoles más importantes de la historia universal: Moshé ben Maimón y Aḥmad ibn Muḥammad ibn Rušd:
Moshé ben Maimón —Maimónides— fue un filósofo, médico, rabino y teólogo judío. Sus obras más importantes fueron "Mishne Torá", "Guía de Perplejos" y la "Epístola a Yemen". Nació en Córdoba 15 años después de que la reina Urraca Primera de Castilla donara la villa de Turégano al obispo Pedro de Agén "para él y sus sucesores" — Maimónides murió en El Cairo 66 años después de lo de Turégano—. "Si Doctores más sabios que yo quieren ayudarme a entender, concédeme Señor el deseo de aprender de ellos, pues el conocimiento para curar no tiene límites", solía decir.

Aḥmad ibn Muḥammad ibn Rušd —Averroes— nació en Córdoba solo tres años después de Maimónides y se murió en Marrakech 75 años después de lo de la reina Urraca y el primer obispo de Segovia. Maimónides fue filósofo y médico, maestro de filosofía y leyes islámicas, matemáticas, astronomía y medicina: un prodigio. “Todas las religiones son creaciones humanas y, en el fondo, semejantes; elegimos entre ellas por razones de conveniencia personal o de circunstancias”.
En aquellos días, el saber y la ciencia de España actuaban principalmente del lado judío y del musulmán. Los cristianos vivían un mundo intelectual diferente: Isidoro de Sevilla, Alfonso Décimo el Sabio, el infante don Juan Manuel y un reducido etcétera.

Lo pienso y digo en el Día de San Marcos, al tiempo que recuerdo aquellos felices días cuando en los pueblos de Segovia los niños y los mayores caminábamos en rogativa hasta una cruz de granito perdida en la llanura para pedir lluvia para los campos de cereal. Al parecer, la familia de San Marcos era la dueña de la casa donde Jesús celebró la Ultima Cena, donde estaban los apóstoles reunidos el día de Pentecostés y cuando recibieron al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego. Marcos era un niño cuando Jesús predicaba yal parecer fue uno de los primeros bautizados por San Pedro el día de Pentecostés —“Un gloria a ti para el Señor que grana/ centenos y trigales/ que el pan bendito le darán mañana”, me alcanza desde “El Dios ibero”, un poema de Antonio Machado.

“Cantos Iberos” se titula el poema donde Gabriel Celaya rezonga estos dos versos: “Ni vivimos del pasado,/ ni damos cuerda al recuerdo”. Tal vez por eso, en la mañana del día de San Marcos me acojo a il dolce far niente y me pregunto si los humanos hemos perdido el purgatorio o si nuestra vida es un purgatorio de músicas, de silencios y de rogativas malgastadas.

Atando cabos hoy digo que cada olla tiene su tapadera, que nunca falta tapadera para cubrir una gotera y que si quieres participar de olla ajena que la tuya no tenga tapadera.


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