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1928.- El Cristo del gitano

07/04/2017

Como cada año, el domingo de Lázaro, el anterior al de Ramos, se reunió en Turégano el Cabildo de la Cofradía de la Vera Cruz para organizar las procesiones de la Semana Santa, unos acontecimientos de extraordinaria belleza y significado dignos de ser proclamados —hic et nunc (aquí y ahora) — de interés turístico y cultural.

Hace varios años, en una reunión de dicho Cabildo presidida por el párroco de la villa, su abad, se me nombró cofrade de honor de esa cofradía cuatro veces centenaria y, como cada año, en el solemne acto anual del cabildo dirigí a los cofrades unas palabras sobre la historia de Turégano, y hoy escribo este Cristo del gitano pregonando que se acercan los días santos y que es momento propicio para aportar recuerdos y vivir estas ensoñaciones:
—¡Te pertenece! Alguien me dijo que está hecho para ti —me explicó Ramón, un amigo gitano que vive de la venta de antigüedades y antiguallas en su casa de Ocaña y en el Rastro madrileño de las cuestas de la Ribera de Curtidores—. La inscripción grabada artísticamente en la base así reza: "Maestro de latonero vecino de Toledo año de 1748".
—Ramón, habrás querido decir que alguien quiere hacerme este magnífico regalo.
—Dije lo que me dijeron que dijera. Que este Cristo fue hecho para ti.
—¿En el año 1748?
—Es lo que me dijo una mujer sin rostro. Arcadio te lo explicará.
—¿Arcadio? ¡No conozco a ningún Arcadio!
—Yo tampoco. Solo sé que era un poeta al que no le gustaban las mujeres.
—¿Qué te debo, Ramón? —pregunté a aquel gitano que decía que yo era uno de los pocos “payos con entrante”.
—Es un encargo de la mujer sin rostro, no me debes nada. Me dijo que te pertenecía y que te lo entregara tal día como hoy.
—¿Tal día como hoy?
—Sí, el siete de mayo.
—Pero hoy es dos de abril. ¡El día de San Francisco de Paula!
—La mujer sin rostro me dijo que tú vendrías el siete de mayo, y para mí hoy es siete de mayo caiga quien caiga.
—Te debo una, ¿qué puedo hacer por ti, Ramón? —dije.
—Invítame a una ración de caracoles en la taberna del tío Amadeo de la plaza de Cascorro.
—Acudo con frecuencia a ese santuario del buen comer. Seguro que el tío Amadeo nos contará una vez más que los caracoles de invierno son más gustosos porque se han oreado y curado por sí mismos, de menor tamaño pero más magros y más sabrosos que los de primavera… —y recalando en Luis Vélez de Guevara, el ecijano autor de El diablo Cojuelo, recordé que él solía decir que “la hora perfecta de comer es para el rico cuando tiene ganas, y para el pobre, cuando tiene qué”.

Trasteando averigüé que el verdadero nombre del tal Arcadio era el de José Iglesias de la Casa, un sacerdote que nació en un pueblo de Salamanca y que fue un poeta español del neoclasicismo de anómala conducta sexual.
Cuando Federico García Lorca presentó a un joven actor gallego llamado Serafín Fernández Ferro a Luis Cernuda, éste se enamoró de él pero Serafín sólo le correspondía cuando necesitaba dinero —ese amor insatisfecho inspiró sus libros "Donde habite el olvido" y "Los placeres prohibidos"; a Cernuda le concedieron el Premio Literario Lambda por su obra “Poesía para Hombres Gays”—. Los tres (Federico, Serafín y Luis) en el mismo zigzag amatorio de Jacinto Benavente, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Carlos Bousoño, Álvaro Pombo, Luis Antonio de Villena y, entre otros, nuestro Jaime Gil de Biedma, uno de los más destacados poetas de la generación de los cincuenta, que falleció a los sesenta años en su casa de Barcelona y sus restos fueron trasladados por Carlos Barral al panteón familiar de Nava de la Asunción.

Contemplando hic et nunc “el Cristo del gitano que fue hecho para mí en el año 1748”, atando cabos explico que mientras todo eso pensaba, en “El sueño de una noche de verano” descubrí a Marcel Proust “En busca del tiempo perdido”; encontré a Walt Witman embelesado en sus “Hojas de hierba”; localicé a Tenesse Willian deambulando en “Un tranvía llamado deseo”; ubiqué a Truman Capote viviendo “A sangre fría” y, admirando “El retrato de Doriam Gray”, recalé en Óscar Wilde, un poeta y dramaturgo que como Marcel, Walt, Tenesse y Truman ocultaba su conducta sexual.

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