1914.- Aquel gobernador de Segovia11/02/2017
Hubo en Segovia un gobernador civil que ni los segovianos más longevos conocieron. Muy anterior a Pascual Marín Pérez, a Andrés Marín Martín (un señor que nació en el alcázar de Toledo mientras el famoso asedio), a Juan Murillo de Valdivia y al mismísimo Adolfo Suárez que llegó al Gobierno civil de Segovia en el mes de noviembre de 1968. La vida es una mochila de papeles robados y en la época de la dictadura franquista sobrellevaba el rótulo de “Gobernador Civil y Jefe Provincial del Movimiento”.
José Leopoldo Hugo, el gobernador civil de Segovia de los años 1808 y siguientes, llevaba otro tipo de mochila. Era un hombre de armas tomar. Le nombró gobernador de Segovia José Bonaparte, el por entonces rey de España. Nació y murió en Francia. Era el padre de los literatos Víctor Hugo, Abel Hugo y Eugenio Hugo.
Cuando Napoleón Bonaparte se autoproclamó emperador y le dio por conquistar el mundo, nombró rey de España a su hermano José, y éste nombró gobernador de la provincia de Segovia a José Leopoldo Hugo, un señor de armas tomar que guerreó durante tres años contra Juan Martín Díez, “El Empecinado”, un militar español, héroe de la Guerra de la Independencia Española en la que participó como jefe de una de las guerrillas legendarias que derrotaron repetidas veces al ejército napoleónico y que aquel gobernador de Segovia consiguió neutralizar restableciendo las comunicaciones entre los cuerpos del ejército francés —Si a Napoleón I le llamaban «El Pequeño Cabo» (le Petit Caporal), a su hermano el rey José le llamaban “Pepe Botella”.
En el archivo del Ayuntamiento de Turégano se encuentran o se encontraban las cartas y órdenes de aquel gobernador pidiendo al ayuntamiento de la villa que recaudara de los alcaldes de los pueblos cercanos víveres y pertrechos para las tropas francesas y que las llevaran en carromatos a Segovia. Así lo relata el Cronista Oficial en su libro “El Señorío Episcopal de Turégano” (año 1991, ISBN 84-606-0363-6, páginas 433/445):
“La historia de relaciones oficiales y extraoficiales de la villa de Turégano con el ejército y autoridades francesas con motivo de la invasión de España por las tropas hasta entonces invencibles de Napoleón Bonaparte, está basada en una serie de documentos que se conservan en el Archivo del Ayuntamiento de la villa. En las repetidas ocasiones que las tropas francesas pernoctaron en Turégano, el acuartelamiento tuvo lugar en las propias dependencias del palacio episcopal de la plaza: los oficiales, en las habitaciones nobles de Su Eminencia, con los sillones fraileros, en la “Sala de entretenimientos” y hasta en el oratorio; la numerosa soldadesca, en las caballerizas y paneras que, formando un amplio complejo urbano, alargaban el recinto palaciego hasta ocupar el solar de cuatro o cinco de las actuales viviendas contiguas de la carretera de Segovia…” —una de ellas, la Casa de Oficios que hoy habita Francisco Rodríguez Adrados, el miembro “sillón d” de la Real Academia Española—. “Los claros clarines y el fuerte ruido de las botas militares sustituyó en aquellos días al sutil andar sacristanesco y a la rutina de la vida eclesial de aquel palacio episcopal de la Plaza Mayor de Turégano” (así concluye la cita de esa obra de quien esto escribe y que está prologada afectuosamente por el profesor Rodríguez Adrados).
El pasado es el pasado pero los versos de Víctor Hugo, el hijo de aquel gobernador de Segovia, tuvieron principio pero no tienen final, siempre serán eternos: "...te deseo que seas tolerante;/ No con los que se equivocan poco, porque eso es fácil,/ Sino con los que se equivocan mucho e irremediablemente,/ Y que haciendo buen uso de esa tolerancia,/ Sirvas de ejemplo a otros."
Ni fueron los peores ni los mejores tiempos de nuestra historia. No fue como cuando Charles Dickens escribió “Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero nada teníamos; íbamos directamente al cielo y nos extraviábamos en el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo..."
Atando cabos hoy digo que cuando Dickens, el escritor y novelista inglés, uno de los más conocidos de la literatura universal, escribió esas verdades como templos fue en el año 1859, y que lo de José Leopoldo Hugo, aquel gobernador de Segovia tan peculiar, sucedió cuarenta años antes.