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1912.- Queso gratis

02/02/2016

“No hay queso gratis sino en la ratonera”, decían mis abuelas. “La recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado”, explicaban las dos, sobre todo la de Turégano, y en algo parecido andamos ahora los españoles: como si en Jauja, el sitio con el que se designa un lugar o una situación ideal o paradisíaca, o como si en Macondo, el nombre de una finca bananera que a Gabriel García Márquez le llamó la atención desde niño y, ya de adulto, descubrió que era por su sonoridad poética, por el ensueño y por la imaginación.
Mientras que el ensueño y la imaginación se alimentan de la tendencia de cada persona a pensar que siempre está en lo cierto y que es el mundo el que se equivoca, de la imaginación solía decir Teresa de Ávila que es “la loca de la casa”.

En algo parecido andamos ahora los españoles: jurando en arameo y escudándonos en las llamadas “frases hechas”, un escenario de locuciones que son cadáveres del pensamiento. Unas expresiones que tienen forma fija, sentido figurado pero que por su forma no pueden considerarse refranes: “pegar la hebra”, “por la boca muere el pez”, “contigo pan y cebolla”, “bajar la guardia”, “tener mala uva”, “descubrir el pastel”, “dar gato por liebre”, “mala hierba nunca muere”, “meter la pata“, “quien avisa no es traidor”, “la gota que colma el vaso”, “meterse en un berenjenal”… —“jurando en arameo”, también.
Como las violetas al llegar la primavera, los berros en cualquier época del año y las marujas o pamplinas que brotan espontáneas en los arroyos y regatos de agua entre febrero y mayo, las frases hechas nacen de padre y madre desconocidos; debieran ser proclamadas Patrimonio de la Humanidad.
Por decir, las frases hechas son eternas como la “Leyenda del Judío Errante”, un personaje que históricamente en España era conocido como “Juan de Espera en Dios”, una figura mitológica del imaginario colectivo de Occidente que figura en el arte y la literatura antisemita cristiana. Un leyenda sobre un personaje judío que por negar un poco de agua al sediento Jesucristo durante el camino hacia su crucifixión, Dios le condenó a andar errante por la Tierra hasta que llegue la quimera de la Parusía: el advenimiento glorioso de Cristo al final de los tiempos.

Algo así, mutatis mutandi —cambiando lo que se deba cambiar— sucede a los españoles con la espada de Damocles de la Prima de Riesgo —a los que se creen españoles y también a los que siéndolo quisieran no serlo—. Dicen que esa funesta prima es la diferencia en la tasa de interés que a un inversor se le paga al asumir una determinada inversión con una menor fiabilidad económica que otra. Una prima nefasta que consume por dentro como si una taenia solium —un parásito que vive en el intestino delgado de los seres humanos, que les persigue y chulea porque eso es lo suyo—. Algo parecido al “andar por andar” del judío errante o al “correr por correr” de Tom Hanks en Forrest Gump: “Corro derecho hasta el océano y al llegar allí noto que ya he llegado lejos, doy la vuelta y continúo corriendo…”
Atando cabos digo que en el farragoso mundo de la filosofía y de las filosofías, hoy me ayudo del manifiesto programático de Arthur Schopenhauer, un filósofo alemán que manifestaba que “el destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos”.
Rubrico también que, sin olvidarme de espada de Damocles que es la prima de riesgo, quien promete queso gratis posiblemente pretenda enterrar a alguien en una ratonera: una trampa diseñada para la captura del “Juan de Espera en Dios” que los humanos tenemos anclado en los conocimientos y en las decisiones, y que el escenario electoral consiste en una urna, de cartón o de metacrilato según el cómo y el cuándo, donde alguien esconde sus objetivos para hacerlos coincidir con el queso embaucador de las promesas quincalleras de su partido político y que, a pesar de que la imaginación sea la loca de la casa, cuando Juan de Espera en Dios advierte que ha llegado demasiado lejos da la vuelta y continúa corriendo. Pues eso.

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