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1903.- Las pilas del reloj

19/11/2016

La mente es un reloj, el cerebro es un reloj. Al amanecer o al anochecer, el código genético del hombre, también el de los animales, es un reloj. Alondra o búho, el hombre es un reloj. La mente de Kant era de alondra, la de Hemingway, de búho; nada que ver que éste, el 2 de julio de 1961, se colocará el extremo del cañón de su escopeta Boss calibre doce en la boca, apretara el gatillo y estallara su cerebro. También las alondras se suicidan.

Quitando las pilas al reloj, no se puede parar el tiempo. Lo dije hace meses y ahora aporto este bis: el tiempo es una patraña y las pilas un producto condenado al reciclaje para separar los elementos peligrosos que contaminan el medio ambiente y perjudica la salud de las personas.
Agustín de Hipona, que fue un gran filósofo y obispo por “aclamación popular”, en cierta ocasión se preguntó qué es el tiempo y ésta fue su sabia aportación: “Si nadie me lo pregunta, lo sé. Pero si tuviese que explicárselo a alguien no sabría como hacerlo.”
Con el reloj de sol o de torre para localizar la escena, Juan de Timoneda (1520/1583) fue uno de los grandes escritores españoles del siglo XVI. Nació el mismo año en que Carlos V, el nieto de los Reyes Católicos, fue elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Hijo de Juana I de Castilla y de Felipe I de Habsburgo, nació en Gante (Flandes) en 1500. En 1515 fue declarado mayor de edad y desde entonces el joven Archiduque se encargó del gobierno de Flandes. El día 30 de mayo de 1516 fue proclamado rey en Madrid (conjuntamente con su madre Juana la Loca) y se convirtió así en el primer monarca hispano de la casa de Austria ⎯hasta su llegada, se hizo cargo de la regencia el cardenal Cisneros. El nuevo monarca llegó a España un año después, cuando sólo tenía 17 años de edad. Entró por primera vez en España para hacerse cargo de la gobernación del Reino en nombre de su madre la reina Juana, loca y confinada en Tordesillas ⎯para Pérez Galdós, “Santa Juana de Castilla”⎯, pero en 1520 partió hacia Alemania donde el año anterior había sido proclamado Emperador con el nombre de Carlos V para sustituir a su abuelo Maximiliano I de Austria.
En su obra narrativa, Juan de Timoneda nos dejó tres colecciones de cuentos que merecen formar parte de le élite literaria de nuestro universal idioma: “El Patrañuelo”, que tanto influyó en Cervantes, “Buen aviso y portacuentos”, donde se recogen cuentos de tradición oral, y “Sobremesa y alivio de caminantes”. De este último explicó el autor que se trata de “un conjunto de apacibles y graciosos cuentos, dichos muy facetos y exemplos acutísimos para saberlos contar en esta buena vida” ⎯la palabra ‘faceto”, ya en desuso, en Castilla quería decir simplemente “chistoso”, aunque en México signifique “chistoso que no tiene gracia” y, también, “presuntuoso”.
Uno de esos apacibles y graciosos cuentos, setenta palabras justas, setenta, así dice: “Cierto filósofo pobre, gentílico, por enseñar a pedir limosna a un hijo que tenía, algunos días llevábalo a las estatuas de piedra, y hacía que les pidiese con el bonete en la mano; y a cabo de rato, como no le respondiesen, volvía las espaldas. Visto esto por un ciudadano, preguntóle por qué había aquello. Respondió: “Porque aprenda a tener paciencia la cual ha de ser naturalmente de los pobres”. O sea, que la paciencia es el patrimonio de los desheredados.

Hay un cuento del Duque de Frías (Bernardino Fernández de Velasco, 1701/1769) que habla de un religioso pomposo y un mozuelo hecho andrajos que coincidieron en cierta posada. El fraile: “Mancebo, tenme este estribo”. El mozuelo: “¿Sabe que está usted hablando con un señor de mil apellidos ilustres?” Y el religioso, insolente: “Pues señor don Fulano de tal y tal y tal, vuesa merced se vista como se llama, o se llame como se viste” ⎯No sé si de ahí viene que el hábito no hace al monje y que por más que uno se esfuerce en mostrar la apariencia de algo que no se es, nunca se llegará a serlo realmente⎯. El fraile solemne era una estatua de piedra.
Cuando duermo y sueño, cinco minutos me bastan para soñar toda una vida, así de relativo es el tiempo; algo parecido decía Mario Benedetti, un escritor uruguayo casi tan famoso para algunos como Diego Forlán y Diego Godín, los peloteros del Atlético de Madrid, y Luis Suárez, el corajudo del Barça:
“Al preso lo interrogaban tres veces por semana para averiguar «quien le había enseñado eso». Él siempre respondía con un digno silencio y entonces el teniente de turno arrimaba a sus testículos la horrenda picana.
Un día el preso tuvo la súbita inspiración de contestar: «Marx. Sí, ahora lo recuerdo, fue Marx.» El teniente asombrado pero alerta, atinó a preguntar: «Ajá. Y a ese Marx ¿quién se lo enseñó?» El preso, ya en disposición de hacer concesiones agregó: «No estoy seguro, pero creo que fue Hegel.» El teniente sonrió, satisfecho, y el preso, tal vez por deformación profesional, alcanzó a pensar: «Ojalá que el viejo no se haya movido de Alemania.»
Kant, el filósofo con biorritmos de alondra, uno de los pensadores más influyentes de la Europa moderna y de la filosofía universal, en su Crítica de la Razón Pura definió el tiempo como “forma a priori de la sensibilidad interna”. Nació y murió en Könisberg, una pequeña ciudad alemana. Era tan metódico que, sin reloj y sin pilas, su salida de casa cada mañana a la misma hora, ni un segundo de diferencia, servía de referente organizativo para que sus paisanos gestionaran su tiempo y sus tiempos. “Las siete en punto de la mañana”, decían, y cada cual organizaba sus tareas en función de ese punto de partida.

Ya dije en cierta ocasión que hay cuatro cosas que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada.
Ahora, atando cabos digo que me gustan los relojes con pilas o sin pilas independientemente de que funcionen o no funcionen: los relojes de bolsillo, los de muñeca, los de torre, los de arena… Artefactos que poco o nada tienen que ver con el tiempo y que los hombres, sean búhos o sean alondras en sus biorritmos cerebrales, debieran acogerse a refrán esclarecedor que así lo explica: “A quien de ajeno se viste, bien pronto lo desvisten”. O sea, que todos estamos condenados al reciclaje.
⎯Cuando las personas mueren, Dios las recicla ⎯me dijeron anteayer en el entierro en Veganzones de Eufemia Vírseda⎯. Estaba a punto de cumplir los cien años. ¡Que en paz descanses, tía! Mi madre y todos tus demás hermanos estáis ya reciclados en las veredas sosegadas del Paraíso. Si nadie me lo pregunta, sé perfectamente dónde está ese Edén, pero si tuviese que explicárselo a alguien no sabría cómo hacerlo y bien lo siento.

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