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1887.- La Revolución del Tío Lobito

08/09/2016

Cuando el pasado sábado, desde el balcón del ayuntamiento de Turégano Joaquín González Herrero hablaba y tocaba la dulzaina en el pregón de las fiestas en honor del Dulce Nombre de María, a su lado el cronista oficial de la villa pensaba en La Revolución del Tío Lobito y en la de todos los que lucharon y luchan por la libertad.

Como escuchaban centenares de personas y especialmente los miembros de las peñas, al cronista le dio por pensar en una frase de Goethe, otra del Che Guevara y en una especie de manifiesto de John F. Kennedy. —la del primero, el hombre de letras alemán más grande y el último verdadero hombre universal que caminó sobre la tierra “Los niños son realistas, los muchachos, idealistas, los hombres, escépticos, y los viejos, místicos”. La del Che Guevara, “La revolución no es una manzana que cae cuando está podrida. La tienes que hacer caer”. El manifiesto de JFK: “Los que hacen la revolución pacífica imposible, harán inevitable la revolución violenta”.

Para intentar por las bravas sentirse revolucionarios y mover montañas caiga quien caiga, a ninguno de los tres aludidos necesitan Mariano Rajollón, Pedro Sanchizo, Alberto Riberasco y Pablo Iglesiaticón, los cuatro líderes del parchís de la discordia del último año.
A los motines y levantamientos difíciles de explicar, en Turégano les llaman “Revolución de El Tío Lobito”, un dulzainero muy conocido en esa villa aunque nadie sepa quién era y, aún así, la melodía que lleva su nombre solo se palotea en la Villa Episcopal propiedad privativa del obispo de Segovia.

A mi entender, el Tío Lobito es un personaje que siglo a siglo ha ido dado nombre a las danzas de Turégano y que en un principio se llamó Antonio de Pelegrina, un personaje encarcelado en una mazmorra de la fortaleza tureganense por el obispo Diego de Rivera en la primera mitad del siglo XVI. Fue descubierto con motivo de la toma de posesión de los canónigos que vinieron a la villa episcopal para hacer inventario de cuanto dejó en la fortaleza el obispo fallecido que, como se sabe y explica en “El Señorío Episcopal de Turégano”, siempre fue partidario de Carlos l y estuvo en contra del Levantamiento de los Comuneros de Castilla.
En las noches de luna llena, el alarido desgarrado de Pelegrina se esparcía por los diferentes barrios y parroquias tureganenses invitando a soñar con la libertad. “El Lobito está triste”, decían quienes escuchaban el lamento procedente de las mazmorras del castillo.
Los lobos cazan en manada. Cada manada tiene un líder y a menudo los demás lobos cazan para él. Antonio Pelegrina estaba enmazmorrado esperando el santo advenimiento y sus lamentos arrancaba lágrimas a los enamorados y suspiros a los amantes de la libertad.
—¿Dónde está ahora el tío Lobito? —me preguntó hace unos días, cabizbajo, mi amigo Protasio.
—No estoy seguro, pero en las noches de invierno el tío Lobito aúlla como si un lobo solitario llorase de tanta soledad. ¿Te han preguntado alguna vez y tú de quién vienes siendo? ¿Tú, que cantas e inventas canciones de mariachis sin haber estado nunca en el Tenampa de la Plaza Garibaldi de México?
“Es mejor morir de pie que vivir de rodillas”, decía Emiliano Zapata como si se llamara Diego Cañamero, el sindicalista a lo Robin Hood, o como si Gabriel Rufián, el del «Bona nit Catalunya”, un provocador que apoya la independencia de Cataluña desde la Esquerra Republicana de Catalunya —“Todo lo que sé de política lo he aprendido en El Padrino”, suele decir Rufialento mientras y Joan Tardácheno pone cara de arcángel destronado; lo de Cañamostro es punto y aparte.

Atando cabos digo que los pájaros enjaulados se aceptan el uno al otro, pero lo que quieren es volar. Y que con esta Revolución del Tío Lobito he tratado de expresar alegóricamente lo que no se puede expresar en palabras pero no debe permanecer en silencio. Tan figurativamente como el invento de estas ocho nuevas palabras dispuestas por orden alfabético y sin el plácet de la Real Academia Española, el organismo que limpia, fija y da esplendor: ‘Cañamostro’, ‘Enmazmorrado’, ‘Iglesiaticón’, ‘Sanchizo’, ‘Rajollón’, ‘Riberasco’, ‘Rufialento’ y ‘Tardácheno’.

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