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1873.- Elogio del gerundio

24/07/2016

Si el gran Velázquez no pintó "Una vieja que freía huevos" sino "Vieja friendo huevos", no escribiré hoy “Una médica de Zamora con raíces en la provincia de Lugo preside el Congreso de Diputados” sino “Médica ejerciendo el tercer puesto político de España”.

“Las doce y lloviendo”, como si el squerzo de una sinfonía siempre inacabada, cantaban los serenos de mi pueblo, hora a hora hasta el amanecer. Uno por el barrio de Bobadilla y el otro por el del Altozano hasta juntarse en la Plaza Mayor, darse novedades bajo los soportales de Casa Ingeno, el comercio más antiguo de la provincia de Segovia, y tomarse un carajillo en Casa la Clemen.
Hablar o escribir esgrimiendo verbos en tiempo gerundio en el escenario del investidurando de estos días de encrespadas batallas excéntricas es como recordar al Padre Isla, un escritor jesuita que bautizó con nombre de gerundio a su personaje más universal: “Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes". Quería ridiculizar la oratoria retorcida y a las personas que, carentes de cultura, no se privaban de soltar homilías jactanciosas desde púlpitos poco o nada rimbombantes.
“Mi Carmen explicando qué es un epónimo” es frase más sugestiva que señalar “Una excelente profesora de Lengua y Literatura castellana explica que un epónimo consiste en dar el nombre de una persona o de un lugar a un pueblo o a un concepto u objeto de cualquier clase”.
Al sietemesino de Baracaldo o de Portugalete, en eso da lo mismo, le llaman "Patxi el breve", y al “sinmesino” Pedro Sánchez le denominan “Pedro el amigo de Heidi”, una niña que vivía en los Alpes suizos y que era feliz porque aunque no comiera perdices cantaba cursiladas sobre su abuelito.
Vendiendo gerundios —"parecer es ser" esse es percipi (el ser es lo que se percibe)— es preferible titular “poniendo un barco al pairo” que escribir “estar al pairo es no mantener la posición estática de un buque respecto al fondo”.
Como si estuvieran organizando comandos o adiestrando lobos solitarios, las personas que hablan o escriben en estilo ampuloso suelen hablar o escribir expeliendo verbos en tiempo gerundio.
Hay políticos que sueltan gerundios a la remanguillé sin caer en la cuenta de que están utilizando incorrectamente ese tiempo verbal, y hay personas que destierran de su lenguaje los gerundios para no ir por lana y volver trasquilado. Los escribidores opinan que, especialmente para los titulares de prensa, el gerundio es un artilugio de lo más seductor: un aforismo que florece como la punta de un iceberg y cuya parte sumergida corresponde a lo que sugiere.

El título de mi Atando Cabos de hoy (elogio del gerundio) es un epónimo que reduce a cenizas mis lados interiores del polígono para que tomen protagonismo los segmentos que lo limitan y los vértices donde concurren ambos e intentar despertar la curiosidad del lector cuando, al liberarse de mis palabras, las precipite en el contenedor de papel al que le están mandando y “correctanto” las ordenanzas del sistema (dos gerundios de “pie quebrado”, el nombre que se da a los versos octosílabos combinados con versos tetrasílabos. Así Jorge Manrique echando vida a la muerte de su padre—: ”Esos reyes poderosos / que vemos / por escrituras ya pasadas, / con casos tristes llorosos, / fueron sus buenas venturas / trastornadas. / Así que no hay cosa fuerte, / que a papas y emperadores / y prelados, / así los trata la muerte / como a los pobres pastores / de ganados…”. Y aquí ya el rondó de esta insólita sinfonía titulada Elogio del gerundio.

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